dissabte, de setembre 09, 2006

Ejércitos de amargura


Hace años que somos testigos de la llegada de inmigrantes que cruzan el estrecho en pateras, esas pequeñas y peligrosas embarcaciones que convierten en un infierno la corta travesía que separa África de Europa. El año pasado presenciamos cómo miles de subsaharianos se abalanzaban sobre la valla fronteriza entre Marruecos y Melilla, algunos de los cuales fueron abandonados a su suerte en el desierto. Este año los inmigrantes africanos utilizan los "cayucos", embarcaciones pesqueras más resistentes que las pateras y con capacidad para hasta 150 personas.

Debido a la mejora de las relaciones entre los gobiernos de Marruecos y España, se ha intensificado la vigilancia en las aguas del estrecho y en la frontera terrestre de Melilla. Los inmigrantes saben que ahora es más difícil abandonar el continente por estas vías, saben que tienen que buscar nuevas rutas para llegar a Europa, más largas y peligrosas. Desde Senegal, Mauritania, Cabo Verde y Guinea Conakry principalmente, abandonan el continente miles de personas huyendo del hambre y la violencia, buscando un futuro.

El Gobierno español está ultimando un acuerdo con Senegal para intentar detener en origen el flujo de inmigrantes. Seguro que pronto se firmarán acuerdos con otros países de la zona, pero ¿soluciona esto el problema? ¿evitaremos de este modo que miles de personas dejen de poner sus vidas en peligro al intentar abandonar el continente? Seguro que no, lo seguirán intentando hasta que consigan su objetivo o perezcan en el océano. A corto plazo el problema de los flujos migratorios entre África y Europa no tiene solución y, aunque se consigan acuerdos con todos los gobiernos de los países de la zona, nada cambiará. Tendríamos que empezar de una vez por todas a desarrollar la única solución definitiva a este conflicto: conseguir que en aquellos países exista la suficiente calidad de vida como para que sus habitantes no deseen jugarse la vida intentando llegar a Europa. En mi opinión, un cambio de mentalidad global es indispensable.

Que los países desarrollados se ajusten el cinturón para destinar gran parte de sus presupuestos en ayudas al Tercer Mundo. Que los países desarrollados no hagan la vista gorda ante los conflictos bélicos que tienen lugar en aquellos países. Que los países desarrollados no ayuden interesadamente a llegar al poder a regímenes dictatoriales, tan abundantes en esa zona. Que los países desarrollados no reconozcan los gobiernos corruptos africanos, y que no establezcan relaciones comerciales con ellos si no es a cambio de libertad y desarrollo para sus pueblos. Etc...

Una pregunta que deberíamos hacernos antes de empezar el camino hacia la meta arriba señalada: ¿de qué estaríamos dispuestos a prescindir los habitantes de los países ricos por conseguir este objetivo?

Si los países desarrollados siguen dando la espalda a la injusticia, el hambre, el dolor y la violencia que ahoga el Tercer Mundo, nosotros también pagaremos, tarde o temprano, las consecuencias.

"Cada uno será el director de su propio desfile de dolor y agravios, marcharemos con nuestra amargura. Y un día los ejércitos de amargura desfilarán todos en la misma dirección. Caminarán todos juntos y de ellos emanará el terror de la muerte"
John Steinbeck, "Las Uvas de la Ira"