dilluns, de juliol 24, 2006

"El viaje de Zapatero" - J.J. Millás


No os perdáis el reportaje de Juan José Millás, "El viaje de Zapatero", publicado hoy en El País.

2 comentaris:

El Cerrajero ha dit...

Gracias por recomendar esta antología del humor.

¿Te ha traído Rodríguez algo de Harrods? ^_^

Anònim ha dit...

Menos mal que los ídolos son de barro y que, al caer, se rompen en mil pedazos porque, de lo contrario, el efecto sobre uno mismo sería demoledor. Juan José Millás era un ídolo, lo reconozco. Uno, o sea este que suscribe, que se siente liberal hasta la médula, tiene alguna de sus querencias en la izquierda, y al autor de La soledad era esto le había elevado al pedestal de los intelectuales de cabecera... hasta el pasado domingo. Nunca pensé que Millás podía caer tan bajo, hundirse tanto en el lodo de la entrevista-lametón... Como él mismo titulaba un memorable artículo de marzo de 2005, al que me referiré más adelante, no tengo palabras. Cuando se caen los mitos, uno siente una especie de desnudez interior, como si le hubieran dejado en pelota picada intelectual... ¿y ahora qué hago? ¿A quién leo? ¿Será posible que el Zapatero este acabe, también, con mis referencias literarias? ¡Ay Millás de mis entretelas, quién te ha visto y quién te ve! Seguro que a Aznar no le hubieras hecho en la vida un reportaje tan obscenamente baboso, y Rajoy no creo que te lo conceda a tenor de las lindezas que le dedicas al líder del PP a beneficio de inventario de la nómina que te paga PRISA. O no debería.

Permítanme que les cuente una cosa que nunca, hasta ahora, les había contado. En cierta ocasión, y siendo ya Rodríguez presidente del Gobierno, le hice un tiento a uno de los ujieres del Congreso, a ver si me contaba algo de este hombre que hasta que llegó, todavía inexplicablemente, a la cúspide del poder socialista había pasado desapercibido. Dice Millás en la entrevista-lametón del pasado domingo en el dominical de El País que Rodríguez “no era un diputado conocido, pero si reconocido, pues echaba muchas horas en el despacho, y trabajaba bien”. Desconozco si Millás se ha ido a las fuentes de la sapientia, es decir, la página web del Congreso, y ha buscado referencias de Rodríguez Zapatero anteriores a su acceso a la Secretaría General del PSOE, pero es probable que se le cayera el alma a los pies. Rodríguez no hizo nunca nada, pero nada, que fuera destacable, y las largas horas que pasaba en el Congreso, como no fuera jugando al mus con su amigo Julián Lacalle, no sería yo capaz de afirmar a qué las dedicaba, pero les aseguro que no a preparar sesudas intervenciones parlamentarias. Pues bien, el ujier en cuestión hizo memoria: “Recuerdo que tenía el despacho hecho una mierda, lleno de papeles que no recogía, y recuerdo en especial una toalla colgada del perchero... llevaba ahí no sé la de años, siempre igual de sucia, casi petrificada”.

Perdóneme Juan José Millás si con esto enturbio la imagen angelical que tiene de su presidente, luz de sus ojos, amor de sus amores, pero alguien que vincula el nacimiento de su hija con el declive de su partido, o la muerte de su madre con el momento en el que él llega al poder en el PSOE, es que le pasa algo y debería de mirárselo. Fíjense ustedes que a mí me da igual que el fin de semana pasado Rodríguez se fuera en avión oficial a Londres por asuntos privados, porque en el fondo es presidente del Gobierno las veinticuatro horas del día y no seré yo quien cuestione la oportunidad de un viaje a costa del presupuesto –por más que en su día los mismos que ahora lo defienden me ‘filtraran’ un supuesto viaje de Ana Botella, también a Londres y a cargo de los fondos públicos, que luego se demostró que era mentira-. Pero lo que me resulta del todo paranormal es que Rodríguez se tenga que ir a la capital del Támesis a comprar en Zara una camiseta naranja –color corporativo del PP, les recuerdo- y unas alpargatas... ¿No podía hacerlo en la Gran Vía? Aunque lo dicho no es menos sintomático de la megalomanía del personaje que el hecho de llevarse una quincena de cocineros al Palacio Real de La Mareta, ese en el que ya ha iniciado unas extensas vacaciones –cada año más extensas- y en el que las infantas no pudieron alojarse recientemente porque, pese a ser Real, ya no es para su uso. Se fueron a un hotel. Estos son los aires de grandeza que se gastan los mismos que pusieron el grito en el cielo por la boda escorialense de Anita Aznar.

Rodríguez ha superado cualquier resquicio de racionalidad. Lo suyo no es propio de analista político, ni siquiera de literato metido a diseccionador de la actualidad. Lo suyo es de psiquiatra. Rodríguez sufre una paranoia obsesiva, se cree una especie de salvador del Universo, un transformador de la sociedad por control remoto, un tipo que por toda conciencia democrática asegura que “la idea es que mandan los ciudadanos”, pero solo la idea, claro, para ponernos en situación, porque luego la realidad es bien distinta. Tan distinta que no duda en llevar a cabo un proyecto político tan arriesgado como el que ha puesto en marcha –la deconstrucción del Estado Constitucional- convencido de que lo que quieren los ciudadanos debe ser meterse en un lío de cojones solo porque él se ha empeñado en que así sea. Lean que reflexión ante la grabadora de Millás, sin que le tiemble la voz –supongo-: “Es evidente que hay problemas de energía, y que quizá aumenten por el precio del petróleo -¡quizá, sí!-. Pues bien, nosotros, en ese contexto, vamos a hacer un calendario de cierre de centrales. Esto va a generar mucha polémica porque la mayoría política, estoy seguro, va a apostar por la energía nuclear. La energía nuclear es la respuesta sencilla. Yo, sin embargo, creo que hay que hacer crecer las energías alternativas –como, ¿por generación espontánea?- Y eso, cuando lo haces por convicción, trasciende, con independencia de lo que digan los medios”.

¡Joder! Pero, este hombre, ¿sabe lo que dice? Según su visión del asunto si los ciudadanos deciden utilizar velas, eso es lo moderno. ¿Y el interés general? Nada, se acabó, murió el día que Rodríguez decidió que gobernaría a golpe de intuiciones. Da igual que todos los informes de los sabios más sabios recomienden el uso de centrales nucleares para garantizar el suministro futuro de energía: este hombre nos condena a vivir en las cavernas. Eso sí, habremos frenado nuestros ímpetus militares y entraremos a formar parte del Club de los Países Situados a la Cola. Rodríguez es un perfecto calculador y un manipulador de la verdad. Esa era una característica muy extendida entre los dirigentes comunistas tras el Telón de Acero, y a la vista de lo que afirma sobre Karl Marx –“es un extraordinario pensador y un excelente analista del capitalismo”-, la conclusión es que estamos gobernados por un discípulo avezado del leninismo, pero encima con serios problemas de identidad. El mismo se psicoanaliza, no se crean –“soy psicológicamente muy distinto a Aznar o a Felipe González”-, y exhibe esa fingida humildad de quien se cree más que nadie pero tiene que aparentar: “Me veo, una vez que termine esta etapa, tranquilo, trabajando para el Consejo de Estado, ayudando en lo que pueda y, sobre todo, dando algunas clases a los alumnos de Políticas, para decirles la verdad sobre este mundo”. Pero, ¿quién se ha creído? ¿Mahatma Ghandi? ¿Quien es él para dar lecciones?

Perdona, Millás, pero, ¿no te metiste los dedos en la boca para provocar el vómito? No claro, si tu mismo dices que mientras Aznar levantaba un imperio de comunicación, “Zapatero se encontraba, desde el punto de vista mediático, desnudo. En parte, por voluntad propia, pues ni siquiera había intentado utilizar los medios públicos, como si no los quisiera o no diera importancia a su influencia”. Debe ser que no ves los telediarios de Milá, y que confundes el Grupo PRISA con la hoja parroquial del Obispado de Albacete. Pero, claro, ¿qué puedo esperar si mi ídolo literario escribió un mes de marzo de 2005, bajo el título de No tenemos palabras, una columna en El País en la que afirmaba que “la transición fue en realidad una Ley de Punto Final no escrita”, y reduce aquel esfuerzo de concordia y de consenso en “ustedes, vinieron a decirnos las fuerzas fácticas, no meten a Fraga en la cárcel, no tocan las estatuas del caudillo, no persiguen judicialmente al Marqués de Villaverde, no denuncian el Concordato, y nosotros les dejamos jugar a la democracia?”.

Esa es la visión irreal, revanchista, paranoica, que tiene también Rodríguez de la Transición, esa división de “buenos y malos” que establecía Peces Barba, en la que los buenos son ellos y los malos los que no pensamos como ellos. Da igual que los mismos que perdonaron a Fraga –que no mató a nadie, que yo sepa, salvo que Millas saque algún muerto de alguna tumba con una bala en el corazón que lleve el nombre de don Manuel- perdonaran a Carrillo –que sí mato, y mucho- y buscaran, precisamente, en el abrazo de esas dos figuras del pasado el símbolo de la superación de la dictadura y la represión. Ahora resulta que la Transición, que yo, que formo parte de esa generación tapón en la que Millás sitúa a Rodríguez, hasta hoy siempre había creído que suponía la victoria de la Democracia frente al franquismo, es una herencia de la dictadura. Y eso lo dice alguien que escribe en un periódico en el que mandan reconocidos ex franquistas a los que, supongo, Millás y Rodríguez, en su paranoia revanchista, también querrían ver metidos en la cárcel, ¿no?. Tiene bemoles, Señor, tiene bemoles.